Mi padre en aquella su agreste sierra gustaba en salir temprano del cortijo de Navalayegua para dar el puesto de Sol, sostenía -quizás por mi abuelo y su tradición cuquillera almeriense- que había que quitar la sayuela al reclamo cuando despuntara por el viso de Sierra Nevada; a ello contribuía yo con un vestir y asear rápidos, avivando las ascuas del día anterior para hacerle café mientras susurraba que pronto calentaría al repostero del puesto que íbamos a cazar.
 perdiz roja de campo

Cuando estábamos a punto de coronar los Nevazos, descansábamos; mirando el cortijo allá abajo ya a lo lejos, pudiendo comprobar como Bruno y Perico Sarapio también habían atravesado aquella rancia puerta de madera que daba fin al patio tapiado del cortijo donde todas las noches dormía el ganado, encontrándose a medio camino del Moralejo, Don José y Don Félix salían después con sus ganchos y reclamos, sus macutillos y escopetas; Don Miguel -quien había salido de alba al dar el puesto y bien comido- a continuación, para dar el puesto que ya levantó; y por último, Don Juan Basterrechea. Los sábados y domingos al contrario, desayunábamos todos juntos no importándonos el tiempo… y cazando los puestos más cercanos al cortijo, en el Polluelo o el Espolón que igualmente tanto gustaban a mi padre.


 

Los amigos del pueblo querenciaban el Moralejo, la zona más tupida de chaparros y maleza, conocedores de las farjillas de verdín donde el campo solía tomar el Sol picándolo de continuo; los curas con ciertos lamentos -escondiendo su verdadero gusto- recorrían la verea hacia el Cerro La Cruz, el Médico hacia la Calabaza Baja, y Juanito Basterrechea sin prisa alguna alcanzaba la Solana donde los machos acostumbraban a deshoras en dar de pie orgulloso, empotrados en las albarrás de piedra y venidos de vuelo desde la umbría del Cerro La Cruz, casi a mediodía.

En una de las morrillas próximas al cortijo en un carasol con vistas a la Solana junto a la senda que da a la Calabaza, Juan Basterrechea levantó un puesto de piedra sin mucho disimulo, con todas las oídas del Moralejo y lejanas las del Barranco de la Raja, también las de la Solana y algunas de la Calabaza Alta; pero en aquél puesto…no se tiraba: el campo no quería abandonar en aquel sitio el filo del monte y tampoco acudir de vuelo a la plazuela. Hasta cinco veces dio el puesto sin conseguir dejarlo tirado a pesar de los buenos reclamos que tenía, y eso que no era demasiado difícil entonces hacerse para nuestros reclamos de un par o dos pares como máximo en cada puesto en aquella cuquillera sierra.

A aquel puestón tan extraño al campo se le puso de común acuerdo por su creador y para sí, el nombre de “La Academia” para aficionar a los pollos que por estar sin tirar se les evitaban, en principio, aquellas apabullantes entradas del campo en celo, de aquellos machos que pronto averiguaban en el canto de nuestro pollo su impericia; y acrecentaban aún más su bravura y fortaleza en su canto cercano ya al puesto, gustosos de echar escandalosas águilas de callada o rijándoles fuertemente, prefiriendo bautizarlos de fuego con alguna viudilla en celo para después confirmarlos con algún macho de corrido para el segundo tiro.

Juan Basterrechea (q.e.p.d.) era bromista hasta de su sombra, a la hora de cazar el pájaro. Aquel viernes de aquel celo, nos comentó que había invitado a un primo suyo, cuquillero de antaño también según justificaba y de Madrid; proponiéndonos a la hora de cenar gastarle -a su primo- la broma de cazar el puesto de la Academia, a fin de que no tirara en principio.

Antes de acostarnos, mi padre me comentó que tendría que levantarme más temprano para esperar despierto al invitado, quien apareció aún de noche en el cortijo acompañado de Benito el de la cantera, presto me encaminé para ayudarles con lo del ato y comentarle a mi modo lo de la broma, a lo que tuvo desinteresadamente a bien por tratarse de su primo más querido, según me dijo.

Empezó a levantarse nuestra cuadrilla cuquillera con el trasiego, para desayunar juntos las migas con chocolate que había preparado Remigio. Estando en ello, salió la conversación acostumbrada de los puestos que cada uno daría en aquella barruntada mañana en agua, a lo que de manera repentina Juanito aseveró que su primo cazaría el puesto de La Academia, afirmando estar sin dar y haberlo preparado a modo de presente.

En un santiamén todos habían desaparecido para cazar el cuco en la sierra, quedando sólo en el cortijo un buen rato -que se me hizo largo por eso de no querer abandonar a mi padre y menos cazando el reclamo- hasta calcular encontrarse ya ocupados los puestos y el primo de Juanito en el de la Academia. Efectivamente, cuando llegué al puesto con las doce perdices abatidas con anterioridad y que habían colgado en las viejas puntas de los dormitorios clavadas junto a las ventanucas, pude comprobar el rostro chistoso de aquel madrileño cuyo nombre no recuerdo. No obstante, siempre rememoraré su cara, cual compinche, al dejarle en plaza los seis pares, disponiendo que disparara cada quince o veinte minutos, simulando un lance, estando Juanito de oídas, encaminándome ya de vuelta hacia el cortijo con su reclamo, para que no se resabiara.

Doce tiros se oyeron desde el puesto de la Academia, conocida su falacia por todos menos por Juanito… Primero volvió mi padre que le había buscado las vueltas a un viudo valiente pero quedado al tiro, después los del pueblo quienes apenas sabían fingir y entre sus mofletes se estrechaban sus sonrisas, imposibles de parar, vinieron los curas que asimismo habían tirado, apareciendo finalmente Juanito, preguntando más que deprisa: ¿habéis oído los tiros…? ¡parecen de La Academia! exclamaba… a lo que mi padre asintió rotundamente al unísono.

Nos encontrábamos ya comiendo y restando importancia a la ausencia de su primo mientras que Juanito no probaba bocado alguno, en éso… apareció tapado con la manta que sólo no cubría la escopeta bocabajo, dejándola junto a la chimenea; lo primero que dijo fue: ¡Primo, que reclamo tengo! despojándose de la manta y pidiéndole por favor a Juanito que le contara las perdices y a mí que le colgara su reclamo (una jaula vacía de Juan de Dios)… a lo que sólo tuvo a bien decir Juanito, con voz de mala leche…¡Que te las cuente tu primo…en mi puesto de la Academia!.

 

Texto por nuestro querido usuario Chanteo

Imagén de Jose Manuel Armengod (https://www.flickr.com/photos/128038516@N08/)