La imagen idílica que trasmite un reclamo es muchas veces el principal motivo para su adquisición.  Otras veces la forma de mirarnos, o la de mostrar cierta mansedumbre cuando nos dirigimos a él, es la razón de peso que nos impulsa para decidirnos por su compra.
El bello aspecto de un pájaro no tiene que ir necesariamente en consonancia con su calidad.

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De hecho, hemos tenido perdices con una bonita estampa cuyas respuestas en el campo han sido mediocres, o incluso caracterizadas por un desesperante mutismo. Llegamos a pensar de ellos que adolecen de casta y que son de hielo polar, pues no responden incluso ni a las provocaciones guerreras que escuchan del campo cuando se encuentra ya cercano.

Excepcionalmente otros, en cambio, que ofrecen una estampa de fealdad al no disponer de una fisonomía más atractiva, nos han sorprendido gratamente en el repostero desde el primer momento que los colgamos. De igual manera, el tamaño no indica que estemos ante un perdigón de una clase determinada. 
 

En este sentido, cabe recordar el caso del reclamo de un amigo al que llamó Despreciao al ser el último pollo que le quedó a un vendedor, y que por mostrar menor desarrollo físico quedó relegado a quedarse el último en la venta. Sobre este hecho hago mención en el segundo libro que he escrito sobre esta modalidad y que lleva por título: El reclamo de perdiz. Raíces de una caza milenaria, que aparece publicitado en esta página. De igual forma, en mi primera obra llamada La caza de la perdiz con reclamo. Arte, Tradición, Embrujo y Pasión, existe un amplio capítulo sobre las clases de reclamos y sus respuestas en el campo.

 

La calidad de un pájaro va en su interior y el cuquillero es el artesano que debe moldear esa materia prima, obtener todo su jugo y felicitarse por haber encontrado un ave excepcional que puede colmar todos sus sueños y exigencias como aficionado a esta ancestral forma de cazar la perdiz roja en su querencia.


 

Lo más común en la elección de un pollo pasa por su nobleza, por dar la cara en la jaula cuando lo observamos y por mostrar signos de mansedumbre cuando lo trasladamos a otro lugar. Del mismo modo el plumaje asentado, limpio y brillante nos da una idea de que el proceso de renovación anual de sus plumas ha sido satisfactorio. 

 

En este sentido, se dan excepciones en perdigones que pierden su temperamento y muestran algunas de sus plumas algo revueltas debido al continuo nerviosismo que muestran. Es más, una vez colgados en el campo y desprovisto de la sayuela nos “regalan”, como propina, algunos saltos antes de encaminarnos al interior del puesto. Una vez que se ven solos se acicalan brevemente el alborotado plumaje, afilan su pico en la piedra de asperón que le tenemos colocada en su jaula y, sin más preámbulos, inician cantos retadores de alta escuela.

 

En este tipo de pájaro se suele dar la contradicción de mostrar cierta quietud incluso con el campo cercano y, en ocasiones, hasta atrancado en las inmediaciones del tollo. Muestran una nobleza con la cercanía de sus congéneres que contrasta claramente con el carácter arisco, nervioso y desesperante que obsequia diariamente a su dueño. De hecho, esta inmovilidad en su trabajo desaparece completamente cuando nos ve salir del aguardo…entonces arrecian las muestras de inquietud, que aderezan con algún que otro aspaviento.

 

Esta clase de reclamos, cuyo temperamento guerrero se acelera por cualquier motivo, son los que “invitan”  a sus compañeros de encierro con saltos y espantadas cuando existe un revuelo nocturno en nuestro jaulero. Lo curioso del caso es que, en estas situaciones, suelen ser ellos los menos dañados físicamente, una vez que cesa el alboroto que han provocado, pues parecen estar protegidos e inmunizados ante este tipo de adversidades.


 

Otra imagen que suelen disponer algunos reclamos se caracterizan por su seriedad. Suelen ser pájaros algo huraños que rehúyen el halago y la caricia, mostrándonos su espalda cuando nos acercamos. Posiblemente su instinto salvaje sigue muy marcado, porque su forma de actuar va ligada necesariamente a su comportamiento. Es curioso, pero en la casa no participan en las luchas sonoras que se mantienen en el jaulero. En ocasiones, quizás atosigados por los mensajes agresivos que intercalan sus compañeros, se limitan a emitir un reclamo flojo y descompasado. Algunos de ellos suelen presentar la otra cara de la moneda cuando se ven destapados en el repostero, ofreciéndonos entonces un repertorio impensable y jamás escuchado, mostrando así la clase y calidad de los elegidos.

 

La imagen que traslada un pájaro valeroso siempre es un dato muy significativo a tener en cuenta, máxime si este se encuentra rodeado de varios compañeros a los que parece tener bajo su dominio. Algunas veces, es el engañoso anzuelo que nos ofrece un perdigón para seleccionarlo, aunque luego algunos de “estos machotes” quieran hacerse invisibles en el suelo de la jaula cuando irrumpe en plaza un valeroso garbón, pidiendo explicaciones por la apropiación que han hecho de su querencia.

 

Las preferencias personales de un cuquillero, por la elección de un determinado perdigón, radica en sus gustos personales, en los resultados obtenidos con pájaros de similares características físicas, así como con la experiencia, sin que este último dato sea decisorio. Lo más importante es que  la suerte nos sonría, después nos quedaría madurar las cualidades del reclamo, aportándoles buenas lecciones.