El chaval se movía inquieto, dominado por los briosos corceles de la impaciencia. Iba y venía, anhelando el paso de las horas para poner rumbo al Zojol. Había llegado el gran día. Por primera vez después de un largo periodo de morralero daría un puesto solo.
Durante la caminata su maestro y mentor, repetía una y otra vez la letanía:
Niño, no tires si el pájaro no está recibiendo. Cuidado con los rebotes. No tires ni muy cerca ni muy lejos. Mira bien con quien esta pa tirar. Sube un poco el repostero… etc., etc.,… Casi fue un alivio el momento de separarse.
Tomo la vereda del “Peñon de Lusillo” con los pies ligeros como el viento y un morral repleto de ilusiones. Ya se dibujaban en su cabeza lances sin cuento, aventuras sin par.
Pese a que el maestro le recomendó alguno de los puestos del peñón, él tenía ideas propias y se encaminó a “los poyos de los Longanizas”.
Bajo hasta el “calarillo del esparto” con la intención de poner en práctica una de sus lecciones.
“Niño, a los puestos hay que entrarle por su sitio”
El poyo del Mohino, era su destino. Entre otras razones, porque el otoño pasado, había visto en el lugar, un bando bien nutrido.
“Niño, aun paseando, se va cazando”.
Asomo por la esquina que da a poniente con el sol a la espalda todavía alto.
“Niño, a poder ser, el sol a tu espalda”.
Al asomar a la tira antigua de labor de menos de media obrá, vio como las perdices, a peón, se perdían en la quebrada. Apenas podía sujetar los nervios para pensar la estrategia. Con prisas buscó el puesto antiguo ya derrumbado mucho tiempo atrás, con la fatalidad, de que entre las piedras habían crecido brotes de encina. Tocaba improvisar.
Apartó las piedras a un lado y doblando los brotes, fue colocando las más gordas de base.
“ Niño, las gordas abajo”.
Todo hubiera sido más fácil de tener alguna herramienta para cortar pero…
“Niño, los trastes de puestear, con tiempo preparar”.
Sudaba copiosamente con la boca seca, temiendo que el cualquier momento asomaran las perdices por la traspuesta y arrancaran vuelo, en cuyo caso… adiós puesto.
“Niño, una miaja ruio, pa que se alejen a pié”
Entre estornudos fingidos y garrasperillas discretas completaba su obra. Menos mal que ya estaba listo.
Mier… !!!
El puesto, se vino abajo!
“Niño, hay que construir sobre base sólida”.
Apartó de nuevo las piedras ya con las manos ensangrentadas, aunque él ni se dio cuenta.
Con más prisa y con el máximo cuidado en que fuera sólida, llego a la tronera. La hizo rectangular y estrecha de base porque la escopeta “que le había tocao” era superpuesta. Cuantos equilibrios para poner las últimas piedrecillas, temiendo que en cualquier momento se derrumbara “el monumento”.
Un suspiro de alivio se le escapo al colocar al del Trincaero en el farol y con sumo cuidado saltó al puesto. Estaba acomodándose cuando se oyó el primer reclamo en la “traspuesta”.
Trincaero, un media cuchara timorato y holgazán, barajó decidido. No tardo en aparecer el “jefe” del lugar con el cuchillo entre los dientes.
Todos los miedos, ilusiones y ansias se juntaron en su mente a medida que el garbón avanzaba decidido. Temblaban sus piernas. Se atenazaban sus manos y el temor de tirar el puesto, ponían un nudo en su garganta.
Con gran esfuerzo y poniendo en tensión varias veces todos los músculos de su cuerpo, consiguió paliar la tiritera. Cuando llego al mampuesto, empezó a percatarse de que al trazarlo de segundas, no tuvo la precaución de mirar la plaza desde la tronera. Solo dominaba bien la izquierda y algo de la derecha.
“Niño, hacer el puesto, también es cazar”.
Menos mal que el morlaco acompañaba sus decires de escudos y paseos a discreción. Se cuadro a la izquierda y entro a matar. El “estampio” le dejo un “zurrio” inolvidable.
Cuando lo vio patas arriba, tuvo la certeza de habérsela colocao hasta la bola al Victorino.
¿Victorino? Victorino cruzao con Miura!!!.
Hay, que mieo había pasaooooooo!!!
El reclamo soltó el velamen con el viento a favor, y el chaval retocaba la tronera como podía.
El siguiente tiro, tubo que hacerlo con las escopeta “tumba de lao” para poder hacerlo a la derecha. Daba igual, era su día y lo dejo “seco”.
Moduló Trincaero sus cantares con sus enemigos a los pies. Las hembrillas correteaban, entraban y salían de la lumbre sin que el chaval encontrara el momento para redondear la faena. Aun así, hubo tiempo de que un tercero presentara batalla.
Se salió del mampuesto antes de tiempo, porque cada vez que miraba el farol, el puesto se hacía más y más pequeño.
No cabía en el pellejo!!!
Llego al farolillo, tapo a Trincaero con la enagüilla y con toda delicadeza fue tomando uno a uno en sus manos a los camperos. Mesó sus plumas y pasó su mano por la espalda como el que acaricia la más valiosa de las sedas.
Arrancando un par de remeras, los preparo como viera a su abuelo. Se las metió por los orificios nasales y anudo sus extremos construyendo una especie de ojal.
Aun hoy, después de tantos años, recuerda el sabor de lo sublime. La felicidad. El éxtasis. Ligero de pies se fue al encuentro con su padre, con un torrente de emociones por contar. Y aquel día se selló su destino:
Cuquillero serás, por siempre jamás.
Feliz Navidad. Elias.