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Esta milenaria modalidad cinegética avanza a pasos agigantados alejándose, cada vez más, de su práctica tradicional, precisamente de aquella que nos transmitieron infinidad de generaciones de perdigoneros que ya no están con nosotros.

En algunos casos se ha ignorado su raíz, también su origen. En otros, este involuntario alejamiento de la tradición ha sido provocado por desconocimiento, y en la mayoría de las ocasiones por adaptarse a las nuevas corrientes modernistas que inexorablemente tratan de abrazarnos, queriendo así imponer su claro dominio. Es cierto que el paso de los años nos ha proporcionado a los cuquilleros útiles y accesorios, inexistentes en otras épocas, como pulpitillos y puestos portátiles que nos ayudan a cazar el perdigón en lugares desprovistos de la cobertura vegetal necesaria para su realización.

Estas teóricas ventajas traen consigo para el incipiente aficionado, que comienza su andadura en esta modalidad, su desconocimiento a la hora de hacer un puesto de monte, bien de piedra o quizás mixto, así como pulpitillos naturales. Ciertamente, el escenario donde se desarrolla el lance del reclamo se ve algo desvirtuado, al introducir en el mismo algunos elementos artificiales que provocan el distanciamiento de esta ancestral y tradicional forma de cazar la perdiz roja salvaje.

En este sentido, existe una diferencia abismal cuando cazamos el reclamo dentro de un puesto de monte. En este caso, los materiales vegetales con los que se ha realizado el mismo nos envuelven de forma gustosa, emanando en su interior una fragancia de olores que se han impregnado tanto en la ropa como en nuestras manos.

De igual manera, dentro de un tollo natural podemos escuchar, aún con más detalles, la voz retadora del campo, el embuchado ahuecado que emitió aquel viejo macho regañón que llegó, de forma callada, a situarse detrás del puesto, el canto provocativo de la hembra enviudada, el revuelo de aquella collera de perdices valerosas que se arrancó, desde una atalaya de su querencia… emitiendo un sonoro y atronador piolío, dirigiéndose al aguardo con la intención de arreglar “cuentas” con nuestro reclamo…

En esta actividad cinegética tradicional se encuentra también la gran emoción, que suele ir acompañada con un derroche de paciencia, que demuestra el aficionado cuando tiene el campo atrancado. En estos

casos, la multitud de recursos de atracción que envía el reclamo puntero desde su púlpito y las agrias respuestas del valeroso garbón… que ya tenemos ubicado detrás de nosotros… provocan en el encelado jaulero una considerable taquicardia y un enorme deseo de vivir un lance inolvidable.

No podemos pasar por alto tampoco aquellas situaciones experimentadas con aquel pollito que tanto prometía, o con aquel reclamo de segundo celo, que trató de hacerse invisible agachándose en el suelo de la jaula… cuando en aquel puesto de tarde irrumpió en plaza el gallaco de la querencia, arrastrando las alas y emitiendo al mismo tiempo sonoros regaños. En esta ocasión, hizo acto de aparición la decepción que rompe, de forma definitiva, las ilusiones y esperanzas que manteníamos con aquel pájaro que tanto prometía y que además había provocado en nosotros innumerables noches de insomnio.

Posiblemente, al sufrir este desengaño, fuimos privilegiados testigos cuando visualizamos por la minúscula tronera al valeroso campero, que no cesaba de dar vueltas al repostero… envuelto en aires de victoria. Y mientras, su hembra, que se había sumado a la contienda, reclamaba sin parar, subida en una piedra de la plaza…¡como si estuviera anunciando en su querencia la nueva victoria conseguida por su bravo galán!.

Por el contrario, existen lances espectaculares que en ocasiones se dan con un reclamo de aspecto serio, aparentemente frío e imperturbable en la casa, que no muestra sus valores guerreros y que gratamente nos sorprendió desde el primer puesto que le dimos, al descubrir la enorme calidad que atesoraba. En esta ocasión, nos deleitó en su trabajo con cantos y sonidos que rayaban la perfección sonora y que hasta entonces desconocíamos, dado el desesperante mutismo al que nos tenía acostumbrado.

Soy de la opinión que en esta actividad cinegética se está aprendiendo continuamente y como ya refería en mi primer libro del reclamo, titulado: La caza de la perdiz con reclamo. Arte, Tradición, Embrujo y Pasión, todas aquellas personas que la practicamos somos alumnos permanentes pues estamos siempre inmersos en un continuo proceso de aprendizaje, tanto del rico y complejo comportamiento de la perdiz roja salvaje en su querencia, como de los inesperados e imprevisibles comportamientos de algunos de nuestros pájaros.

Precisamente, en mi segunda publicación sobre esta modalidad de caza, titulado: El reclamo de perdiz. Raíces de una caza milenaria, trato de poner algo de luz aportando para ello algunas respuestas ante las innumerables interrogantes que surgen frecuentemente cuando practicamos esta incomparable actividad cinegética.

A modo de conclusión, sirvan estas líneas para proclamar, defender y apoyar la defensa de la pureza genética de la perdiz roja, así como el mantenimiento de la práctica tradicional de esta forma de cazar. Es un valioso legado recibido, que debemos conservar y transmitir a futuras generaciones que se incorporan a esta forma de cazar la perdiz roja salvaje.

No podemos permitir que se desvirtúe su esencia, que se ignore su raíz, que se pierdan costumbres ancestrales que hemos heredado de nuestros antepasados, que suponen un valioso tesoro. De todos nosotros, los aficionados que la practicamos, depende la conservación de los valores cinegéticos que en ella existen.

Manuel Romero Perea. Autor de los libros: - La caza de la perdiz con reclamo. Arte, Tradición, Embrujo y Pasión. - El reclamo de Perdiz. Raíces de una caza milenaria.